Podemos definir el Karate-do como un arte marcial que utiliza racionalmente las potencialidades humanas haciendo participar todo el cuerpo en golpes, bloqueos y técnicas de apoyo para los mismos (desplazamientos, giros, luxaciones, desequilibrios, lanzamientos). En sí es, pues, una disciplina consagrada a la defensa de la vida, dónde se entrenan diferentes partes del cuerpo para transformarlas en armas eficaces. Si bien hoy éste arte marcial, al igual que todos los que componen el Dai no Budo, está destinado al desarrollo del carácter a través del entrenamiento físico, podemos afirmar que se origina por la necesidad de la supervivencia humana en un mundo hostil.
El hombre ha creado a lo largo y ancho del mundo diversos sistemas de combate según las condiciones ambientales, biotipos, idiosincrasia, etc., siendo luego trasmitidos a otros pueblos que los reelaboran y los trasmiten nuevamente. Este proceso de formación también lo vivió el karate-do. Se le atribuye a la India el lugar de dónde hace más de 5000 años se difundieron a las civilizaciones orientales los métodos de combate, pero hasta ahora lo comprobable es que en China, alrededor del año 450 d.C. existían unas formas de pugilismo, ch’uan-fa o kempo, que siguiendo las mismas vías que el comercio y el intercambio cultural, llegaron aproximadamente en el año 600 d.C. a la isla de Okinawa (isla principal de la cadena de islas Ryukyu, en el Mar de la China). El rey Hashi de la dinastía Sho de Okinawa conquistó la unificación de las islas Ryukyu en un reino. Para asegurar su dominio confiscó todas las armas y prohibió la posesión de las mismas, considerándolo como un delito contra el estado. Luego, cuando Okinawa es sojuzgada por los “Señores de la Guerra”, siglos más tarde, esta medida se volvió a tomar por el clan Satsuma, con el mismo objetivo de facilitar su dominio. El pueblo sometido al poder militar desarrolla formas de autodefensa acorde a sus posibilidades, utilizando todas las herramientas y utensilios a su alcance: mayales, cadenas, cayados, remos, etc., como así también sus propias manos y pies.
Estas circunstancias, en las cuáles las artes de defensa tuvieron su gran desarrollo, marcaron su impronta en el karate. Es el arte de “manos vacías” de los sometidos que se enfrentaban a hombres armados, lo que exigía una tremenda eficacia pues no podía haber lugar a errores si se aspiraba a sobrevivir. Se desarrolló el “uso preciso y mortífero de las extremidades aplicado a los puntos vitales”. Se forja así un espíritu humilde pero no servil, valeroso, capaz de batallar con innumerables oponentes pero por una causa: la justicia, con una templanza de ánimo capaz de “soportar lo insoportable”, con el imperativo de no iniciar una acción ofensiva, “karate-ni-sente nashi”.
En karate no se trata de vencer sino de no perder pues lo que se juega es la vida. Todo este espíritu del karate está expresado en el DOJO-KUN, legado de los antiguos maestros: Intentar perfeccionar el carácter, esfuerzo por mantener las emociones estables, desarrollo de la voluntad. Ser correcto, humilde. Tratar de superarse en el camino infinito del mejoramiento técnico que, por asociación, llevamos a todas nuestras actividades. Respeto, sin cortesía no hay KARATE-DO. Control de las actitudes violentas, evitar el combate. Afirmamos que el KARATE-DO es una actividad formativa y para valorarla como tal conviene comenzar por definir al hombre.
El hombre es un ser bio-psico social, el cuál a través del trabajo (utilización de herramientas para lograr un objetivo) va transformando al mundo y a sí mismo. Para realizarse, para poder desarrollar tanto sus potencialidades físicas como psíquicas, necesita amar, trabajar creativamente, vivir en libertad. Esta definición del hombre rescata la tradición clásica greco-latina pre- cristiana que lo concebía como una unidad de cuerpo y mente, que aspiraba a “mente sana en cuerpo sano”. En oriente esta concepción armónica de hombre, no tuvo ruptura en la historia. Daruma Taishi, famoso monje budista de la India que viajó por tierra a la China para instruir espiritualmente a los emperadores de la dinastía Liang, demostró su resistencia física y espiritual al recorrer caminos escarpados, intransitables, llenos de salteadores. Se estableció en el monasterio de Shaolin-szu, donde comenzó a impartir sus duras enseñanzas, las cuales provocaban el desmayo de los monjes por agotamiento físico. “Aunque el objeto del budismo es la salvación del alma, el cuerpo y el alma son inseparables y un estado físico debilitado nunca podría efectuar las prácticas ascéticas requeridas para la obtención de la iluminación”.
Hoy el Karate-do Tradicional parte de Budo, es continuación de esta concepción del hombre. Perfecciona el carácter (lo espiritual) a través del entrenamiento físico ya que cuerpo y mente son inseparables y deben estar fuertemente coordinados. Pasemos a ver qué entendemos por “formar”: crear premisas en la personalidad que nos permitan desarrollarnos y ser felices, teniendo una vida llena de sentido. Es promover un ser humano capaz de amar, de trabajar creativamente, de luchar por su libertad. Entendemos por “capaces” a los hombres y mujeres con fuerzas físicas, intelectuales y morales suficientes para cumplir con la misión de ser verdaderamente humanos. Para lograr la unidad en el pensar, sentir y actuar en pro de la pública felicidad.
Este es, en última instancia, el objetivo de las artes marciales al transformarse en DÓ (camino), disciplina (lo que es diferente de un mero deporte) que jerarquiza el cultivo de la salud, luego de la moral y, por último, de la técnica de combate.
Esta es la esencia del papel formador del BUDÓ. En éste sentido, la práctica del Karate-do Tradicional WTKF es un aliado invalorable.